jueves, 31 de enero de 2013

Próxima cita

El próximo domingo día 3 de febrero se realizará la siguiente tertulia en torno a la novela Mi amor desgraciado de Lola López Mondéjar.

Dos novelas italianas

Hemos comenzado repasando la trayectoria literaria de Niccolò Ammaniti (Roma, 1966), ganador de numeros premios literarios. Casual, o no, tanto Ammaniti, como Tabucchi, y antes Baricco, -tres autores que hemos leído-,  tienen en común ser ganadores del Premio Viareggio, un premio literario fundado en 1929 en la ciudad italiana de Viareggio para distinguir las mejores obras literarias publicadas en Italia. N. Ammaniti en 2001 por su obra No tengo miedo, (llevada además al cine); A. Baricco (Turín, 1958) en 1993 por Océano Mar, y A. Tabucchi (Pisa, 1943-Lisboa, 2012) en 1994 por su obra Sostiene Pereira (también llevada al cine).

Ammaniti, en su obra Tú y yo, escrita en 2010, -llevada también al cine por B. Bertolucci en 2012-, muestra su gran talento como cronista excepcional de la adolescencia. Su estilo es claro, directo, y sencillo, pero sus dotes para describir y sintetizar en apenas 130 páginas, -hay quien pone en duda su género como novela-, son más que evidentes. Una historia pequeña, íntima, profunda y conmovedora que nos deja con ganas de leer mas sobre este autor. Detalles como la ropa de la madre al comienzo de la historia, el breve diálogo entre Lorenzo, el protagonista, y su madre, y un sinfín de pinceladas sobre los objetos del lugar donde se desarrolla gran parte del relato, -un sótano-, son ejemplos de su maestría como escritor.

El adolescente protagonista ha recordado al joven de La soledad de los números primos, aunque el de Ammaniti nos parece más cautivador. Lorenzo es diferente, no esencialmente autista, y es consciente de su no lugar fuera del ámbito familiar. Viviría en las afueras de la normalidad. Al respecto leemos al principio de la novela, a modo de nota o advertencia lo siguiente:
Se llama mimetismo batesiano a la propiedad que tiene una especie animal inofensiva de parecerse, en color y comportamiento, a otra tóxica o venenosa que vive en su mismo hábitat. Así, la mente del predador asocia la especie mimética a la especie peligrosa, lo que aumenta sus posibilidades de supervivencia.
En palabras del propio autor: "Quien comenta todos sus pensamientos se mimetiza con la masa". Lorenzo es un chico muy inteligente y observador que sin embargo aprenderá a mimetizarse para no preocupar a los demás. Hay muchas similitudes entre el protagonista de la novela, y el joven que fue Niccolò. Todo ello puede leeerse en la siguiente entrevista:
http://www.elcultural.es/noticias/BUENOS_DIAS/3285/Niccolo_Ammaniti

Después hemos continuado con Antonio Tabucchi, autor visceralmetne enamorado de Portugal, y el mejor conocedor, crítico y traductor italiano del escritor portugués Fernando Pessoa. Al respecto, se cuenta una anécdota: durante uno de sus viajes, en París, en un banco de la Estación de Lyon encontró el poema Tabacaria (más abajo puede leerse) firmado por Álvaro de Campos, uno de los heterónimos del escritor portugués. De aquí sale la intuición de que había encontrado el tema para los próximos veinte años de su vida.

Se ha analizado la fórmula reiterada que da lugar al título del libro, Sostiene Pereira, y hemos elucubrado si sería  una declaración, y hacia quién podría ir dirigida (a un policía, a un juez..). En el anexo final del libro comenta Tabucchi que el personaje de Pereira le vino a él, le dejó ser, expresarse, al estilo de los personajes en busca de autor de Pirandello. También explica en una nota al final del libro que en portugués "pereira" significa "peral", y que es un hombre de origen hebreo. Con esto quiso rendir homenaje al pueblo judío, perseguido por los fascismos europeos en aquellos años (la novela está ambientada en Lisboa en 1938 en pleno régimen salazarista). 

Pereira nos ha parecido ante todo humano. Un hombre tranquilo, solitario, atrapado en su pasado, sobre todo al retrato de su mujer muerta con el que habla, sin ideas políticas, y dedicado sólo a la literatura, en especial a la francesa. El punto de partida de su "renovación" o toma de conciencia bien podrían ser las palabras que le reprende la mujer extranjera con la que se encuentra en el tren: "usted es un intelectual, diga lo que está pasando en Europa, exprese su libre pensamiento, en suma, haga usted algo" (Anagrama, p.61). Pero es principalmente el encuentro con la pareja Monteiro Rossi y su novia Marta  lo que hará despertar en él el sentido de la responsabilidad politica.

Encontramos finalmente un hilo conductor entre estas dos novelas, dos conceptos que pueden interrrelacionarse: por un lado el "yo narcisista" del joven Lorenzo, en la obra de Ammanitti, y el "yo hegemónico" de Pereira, en la de Tabucchi:
Creer que somos “uno” que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única; el doctor Robot y el doctor Janet ven la personalidad como una confederación de varias almas, porque nosotros tenemos varias almas dentro de nosotros, ¿comprende?, una confederación que se pone bajo el control de un yo hegemónico. Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es sólo un resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas; en el caso de que surja otro yo, más fuerte y más potente, este yo destrona al yo hegemónico y ocupa su lugar, pasando a dirigir la cohorte de las almas, mejor dicho, la confederación, y su predominio se mantiene hasta que es destronado a su vez por otro yo hegemónico, sea por un ataque directo, sea por una paciente erosión".
Puede entenderse que ambos yoes acaban derrumbándose para dar lugar a una apertura, en el caso de Lorenzo, y a un sosiego, es decir, una armonia sin supremacía, en el caso de Pereira.

Para finalizar, un artículo sobre la literatura italiana de hoyhttp://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/31084/La_literatura_italiana_de_hoy



TABAQUERÍA

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
Cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién son
(Y si lo supiesen, ¿qué sabrían?)
Ventanas que dan al misterio de una calle cruzada constantemente por la gente,
Calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
Con el de la muerte que traza manchas húmedas en las paredes,
Con el del destino que conduce al carro de todo por la calle de nada.

Hoy estoy convencido como si supiese la verdad,
Lúcido como su estuviese por morir
Y no tuviese más hermandad con las cosas que la de una despedida,
Y la hilera de trenes de un convoy desfila frente a mí
Y hay un largo silbido
Dentro de mi cráneo
Y hay una sacudida en mis nervios y crujen mis huesos en la arrancada.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó,
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no tuve propósito alguno tal vez todo fue nada.
Lo que me enseñaron
Lo eché por la ventana del traspatio.
Ayer fui al campo con grandes propósitos.
Encontré sólo hierbas y árboles
Y la gente que había era igual a la otra.
Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!

¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se creen en sueños genios como yo
Y la historia no recordará, ¿quién sabe?, ni uno,
Y sólo habrá un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto?
No, en mí no creo.
¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
Genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-Sí, de veras altas y nobles y lúcidas-
Quizá realizables,
No verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente?

El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
No para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
He pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.
Soy y seré siempre el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella.
Seré simpre el que no nació para eso.
Seré siempre sólo el que tenía algunas cualidades,
Seré siempre el que aguardó que le abrieran la puerta frente a un muro que no tenía puerta,
El que cantó el cántico del Infinito en un gallinero,
El que oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? Ni en mí ni en nada.
Derrame la naturaleza su sol y su lluvia
Sobre mi ardiente cabeza y que su viento me despeine
Y después que venga lo que viniere o tiene que venir o no ha de venir.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos al mundo antes de levantarnos de la cama;
Nos despertamos y se vuelve opaco;
Salimos a la calle y se vuelve ajeno,
Es la tierra y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates,
Mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería.
¡Come, sucia muchacha, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño,
Echo por tierra todo, mi vida misma.)

Queda al menos la amargura de lo que nunca seré,
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico que mira hacia lo imposible.
Al menos me otorgo a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos por el gesto amplio con que arrojo,
Sin prenda, la ropa sucia que soy al tumulto del mundo
Y me quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas y no existes, y por eso consuelas,
Diosa griega, estatua engendrada viva,
Patricia romana, imposible y nefasta,
Princesa de los trovadores, escotada marquesa del dieciocho,
Cocotte célebre del tiempo de nuestros abuelos,
O no sé cual moderna -no acierto bien la cual-
Sea lo que seas y la que seas, ¡si puedes inspirar, inspírame!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco,
Me invoco a mí mismo y nada aparece.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, la acera, veo los coches que pasan,
Veo los entes vivos vestidos que pasan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me parece una condena a la degradación
Y todo esto, como todo, me es ajeno.)

Viví, estudié, amé y hasta tuve fe.
Hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por ser él y no yo.

En cada uno veo el andrajo, la llaga y la mentira.
Y pienso: tal vez nunca viviste, ni estudiaste, ni amaste, ni creíste
(Porque es posible dar realidad a todo esto sin hacer nada de todo esto.)
Tal vez has existido apenas como la lagartija a la que cortan el rabo
Y el rabo salta, separado del cuerpo.

Hice conmigo lo que no sabía hacer.
Y no hice lo que podía.
El disfraz que me puse no era el mío.
Creyeron que yo era el que no era, no los desmentí y me perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
La tenía pegada a la cara.
Cuando la arranqué y me vi en el espejo,
Estaba desfigurado.
Estaba borracho, no podía entrar en mi disfraz.
Lo acosté y me quedé afuera,
Dormí en el guardarropa
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo.
Voy a escribir este cuento para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
Quién pudiera encontrarte como cosa que yo hice
Y no encontrarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente:
Pisan los pies la conciencia de estar existiendo
Como un tapete en el que tropieza un borracho
O la esterilla que se roban los gitanos y que no vale nada.

El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta y se instala contra la puerta.
Con la incomodidad del que tiene el cuello torcido,
Con la incomodidad de un alma torcida, lo veo.
El morirá y yo moriré.
El dejará su rótulo y yo dejaré mis versos.
En un momento dado morirá el rótulo y morirán mis versos.
Después, en otro momento, morirán la calle donde estaba pintado el rótulo
Y el idioma en que fueron escritos los versos.
Después morirá el planeta gigante donde pasó todo esto.
En otros planetas de otros sistemas algo parecido a la gente
Continuará haciendo cosas parecidas a versos,
Parecidas a vivir bajo un rótulo de tienda,
Siempre una cosa frente a otra cosa,
Siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el misterio de la superficie,
Siempre ésta o aquella cosa o ni una cosa ni la otra.

Un hombre entra a la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me enderezo a medias, enérgico, convencido, humano,
Y se me ocurren estos versos en que diré lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la libertad de todos los pensamientos.
Fumo y sigo al humo con mi estela,
Y gozo, en un momento sensible y alerta,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es el resultado de una indisposición.
Y después de esto me reclino en mi silla
Y continúo fumando.
Seguiré fumando hasta que el destino lo quiera.

(Si me casase con la hija de la lavandera
Quizá sería feliz).
Visto esto, me levanto. Me acerco a la ventana.
El hombre sale de la Tabaquería (¿guarda el cambio el la bolsa del pantalón?),
Ah, lo conozco, es Estevez, que ignora la metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta).
Movido por un instinto adivinatorio, Estevez se vuelve y me reconoce;
Me saluda con la mano y yo le grito ¡Adiós, Estevez! y el universo
Se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza y el Dueño de la Tabaquería sonríe.